x Sol Echevarría
La habitación está prácticamente a oscuras, excepto por una luz azul que entra por la ventana. Se escucha un tic-tac que, como luego se verá, no es de un reloj sino de uno de esos gatitos chinos dorados que mueven la mano. Estos dos elementos anticipan el tiempo cuasi onírico, pesadillesco y circular en el que se desarrollará la obra. Sin un principio y fin marcado, en el escenario se despliega apenas un fragmento del suplicio de la protagonista (Flor Dyszel), una mujer que sufre el duelo del abandono.
Su voz irrumpe al comienzo imperceptible y luego se torna clara. Pareciera que habla sola, evoca su antigua relación desde un sillón, sepultada por su pasado de osos de peluche y adornos. Bastante más adelante, nos enteraremos que está al teléfono. Este comienzo “in media res” tampoco permite saber con certeza desde hace cuánto tiempo que hablan. La conversación durará casi toda la obra, interrumpiéndose apenas por unos minutos, en los que ella esperará que vuelva a sonar el teléfono. “Si no me llama me muero, me muero”, gritará una y otra vez entre lágrimas.
En su conversación con este alguien que nunca se hará presente (una figura fantasmagórica cuya realidad prácticamente coincide con la evocación de alguno de los personajes), se multiplican los lugares comunes del abandono. La protagonista atraviesa uno a uno todos los estados, desde nostalgia hasta furia, dejando en claro que su fuerte carga emotiva la lleva a perder su racionalidad. Con su leit motiv “¿Te acordás...?” se desdibuja a sí misma, reduciendo su identidad a un mero gesto negativo (lo que ya no es). La escenografía barroca y kirsh se condice con la trama que se despliega sobre ella, que posee algo de asfixiante e ingenua a la vez. Los planteos del personaje hacia su objeto de deseo se multiplican para llenar el horror vacui de su cuerpo, no sólo con adornos sino también con palabras.
La actriz Flor Dyszel interpreta de forma precisa esa esquizofrenia afectiva que atraviesa la protagonista, volviéndola verosímil (¿autoreferencial?), incluso en los momentos más detestables y grotescos. La acompaña Aníbal Gulluni, quien representa a un delivery de helados obsesionado con ella, cuya relación no se termina de poner en la escena. Se trata de un personaje extraño, ilógico, movido por todo tipo de fetiches. Su presencia aliviana la angustia de la escena con un toque de humor, sumamente necesario, el cual brota del patetismo de la entrega, de la obsesión, que los domina a ambos, pero a cada uno de manera diferente. Este “hombre a domicilio” trata de despegarla de su recuerdo, para ocupar él ese lugar, pero ella se aferra a ese amor, en vano, con todas sus fuerzas. Porque, si la pasión es el eje sobre el que gira Pasionaria, se trata de una pasión inútil, arrojada a un amor que ya no existe.
Pasionaria es el proyecto de graduación con el que Lucia Möller (dirección y dramaturgia) se egresó de la Licenciatura en Dirección Escénica del IUNA, bajo la tutela de Daniel Veronese.
Elenco: Flor Dyszel y Aníbal Gulluni
Tutoría: Daniel Veronese
Asistencia de tutoría: Tatiana Sandoval
Dirección de arte: Sol de San Bruno
Iluminación: Meter Zanahoria
Sonido: Nicolás Méndez
Prensa: Tehagolaprensa
Asistencia de escenario: Tilín Veraldi
Asistencia de dirección: Mónica Paixao
Dirección: Lucía Möller