x Sol Echevarría
Tras haber mordido la fruta prohibida, sucumbiendo a la tentación de prolongar su estadía en una isla tropical, los personajes sufren la expulsión del paraíso. Sus cuerpos derrumbados por el calor callan más de lo que hablan mientras comen frutas y toman sol. Se trata de cuatro personajes que no tienen en común más que el hecho de haber decidido quedarse en ese lugar repleto de turistas que vienen y van. La obra pone en escena a través de los personajes un movimiento cíclico (congelado por la repetición), una caída.
A la excelente escenografía se le suma una iluminación dorada que contribuye a lograr un clima tan caluroso que, combinado con la actitud corporal de los personajes, resulta aplastante. Ana y Raquel son las protagonistas femeninas que exhiben una neurosis de relaciones frustradas recubierta por teorías poco redentoras respecto de la naturaleza humana en general, permaneciendo estancadas en su resentimiento. Uno de los personajes masculinos es un anónimo, “él”, cuya psicología interna está menos desarrollada y es el que aliviana un poco la tensión de ese universo trágico. El único que propone una salida, quizás la muerte, es “el viejo”, quien logra enamorarse pero decide huir de su posible felicidad. Dejados al descubierto por las mallas, los cuerpos erotizados, miradas y roces circulan en las distintas escenas. Sin embargo, es un deseo que no será satisfecho sino siempre postergado, como una promesa que jamás se concretará.
A pesar de las continuas alusiones enigmáticas, ninguno de ellos se refiere a su historia: parecieran no tener un pasado (no se sabe bien de dónde vienen, cómo terminaron en la situación en la que se encuentran), pero tampoco un futuro, como si su vida entera girase en torno de la isla y no hubiese nada antes ni después de ella. De hecho, todas las palabras aparecen referidas al mundo tropical, como si el entorno definiera el único tópico posible de conversación. Se habla de frutas, collares de coco, barcos, escamas de pez, muelle, mosquitos y potes de plástico, entre otras cosas.
Sus recuerdos se desdibujan entre el ir y venir de las olas, en un tiempo muerto que cae lentamente, como un reloj de arena. Sumergidos en esa temporalidad detenida, a medida que la obra avanza los personajes parecen estar más cerca del piso, hasta que de pronto la obra se interrumpe. Proponer un final marcado implicaría, de algún modo, plantear una salida, pero los personajes quedan atrapados en una cotidianidad que se repite hasta el cansancio, siempre al borde del derrumbe. Se genera una contradicción permanente entre una sensación de estancamiento y de movimiento a la vez, porque si todo está quieto ¿cómo es posible que esté, al mismo tiempo, cayendo? Sin embargo, sucede. En su descenso, los personajes sudan, sienten el calor de su cuerpo.
"Es como si una capa hermética hubiera protegido a los personajes de pasados que desconoceremos, pero cuyas consecuencias nos permiten ver cuerpos que sienten sin límite pero no tienen modo de expresarse, de confesarse. Esto queda de relieve en una geografía tropical de supuesto goce, liviandad y esparcimiento, lugar donde el cuerpo se exhibe y se disfruta. Sin embargo ninguno de ellos parece ser capaz de entregarse a este calor que palpita, se mueve, asoma pero nunca estalla." comentó al respecto de su obra Agustina Muñoz. Ante la asfixia que les impide cualquier escapatoria, estos personajes caídos terminan por resignarse. Pese a adoptar una actitud pasiva, manifiestan su insatisfacción con respecto a la situación en la que viven: a menudo se quejan y planean hacer algo pero fracasan en la concreción. Tal vez el elemento más perturbador es que perciben que están cayendo pero no saben qué hacer al respecto. De esta forma, se desmoronan no por voluntad propia sino porque no encuentran de qué agarrarse.
El calor del cuerpo forma parte de la antología Dramaturgias, editada por la Editorial Entropía, junto con textos de otras diez autoras de las nueva dramaturgia femenina como Mariana Chaud, Lola Arias, Agustina Gatto y Romina Paula entre otras.
Dramaturgia y dirección: Agustina Muñoz
Segunda dirección: Bárbara Hang
Asistencia: Laura Gamberg
Intérpretes: Cecilia Rainero, María Villar, Lucas Ferraro, Eduardo Iacono.
Instalación escenográfica: Manuel Ameztoy
Iluminación: Leo D´Aiuto
Vestuario: Flavia López Foco
Fotos: Guido Adler
Producción: Ioni Rogers
http://elcalordelcuerpo.blogspot.com/
A la excelente escenografía se le suma una iluminación dorada que contribuye a lograr un clima tan caluroso que, combinado con la actitud corporal de los personajes, resulta aplastante. Ana y Raquel son las protagonistas femeninas que exhiben una neurosis de relaciones frustradas recubierta por teorías poco redentoras respecto de la naturaleza humana en general, permaneciendo estancadas en su resentimiento. Uno de los personajes masculinos es un anónimo, “él”, cuya psicología interna está menos desarrollada y es el que aliviana un poco la tensión de ese universo trágico. El único que propone una salida, quizás la muerte, es “el viejo”, quien logra enamorarse pero decide huir de su posible felicidad. Dejados al descubierto por las mallas, los cuerpos erotizados, miradas y roces circulan en las distintas escenas. Sin embargo, es un deseo que no será satisfecho sino siempre postergado, como una promesa que jamás se concretará.
A pesar de las continuas alusiones enigmáticas, ninguno de ellos se refiere a su historia: parecieran no tener un pasado (no se sabe bien de dónde vienen, cómo terminaron en la situación en la que se encuentran), pero tampoco un futuro, como si su vida entera girase en torno de la isla y no hubiese nada antes ni después de ella. De hecho, todas las palabras aparecen referidas al mundo tropical, como si el entorno definiera el único tópico posible de conversación. Se habla de frutas, collares de coco, barcos, escamas de pez, muelle, mosquitos y potes de plástico, entre otras cosas.
Sus recuerdos se desdibujan entre el ir y venir de las olas, en un tiempo muerto que cae lentamente, como un reloj de arena. Sumergidos en esa temporalidad detenida, a medida que la obra avanza los personajes parecen estar más cerca del piso, hasta que de pronto la obra se interrumpe. Proponer un final marcado implicaría, de algún modo, plantear una salida, pero los personajes quedan atrapados en una cotidianidad que se repite hasta el cansancio, siempre al borde del derrumbe. Se genera una contradicción permanente entre una sensación de estancamiento y de movimiento a la vez, porque si todo está quieto ¿cómo es posible que esté, al mismo tiempo, cayendo? Sin embargo, sucede. En su descenso, los personajes sudan, sienten el calor de su cuerpo.
"Es como si una capa hermética hubiera protegido a los personajes de pasados que desconoceremos, pero cuyas consecuencias nos permiten ver cuerpos que sienten sin límite pero no tienen modo de expresarse, de confesarse. Esto queda de relieve en una geografía tropical de supuesto goce, liviandad y esparcimiento, lugar donde el cuerpo se exhibe y se disfruta. Sin embargo ninguno de ellos parece ser capaz de entregarse a este calor que palpita, se mueve, asoma pero nunca estalla." comentó al respecto de su obra Agustina Muñoz. Ante la asfixia que les impide cualquier escapatoria, estos personajes caídos terminan por resignarse. Pese a adoptar una actitud pasiva, manifiestan su insatisfacción con respecto a la situación en la que viven: a menudo se quejan y planean hacer algo pero fracasan en la concreción. Tal vez el elemento más perturbador es que perciben que están cayendo pero no saben qué hacer al respecto. De esta forma, se desmoronan no por voluntad propia sino porque no encuentran de qué agarrarse.
El calor del cuerpo forma parte de la antología Dramaturgias, editada por la Editorial Entropía, junto con textos de otras diez autoras de las nueva dramaturgia femenina como Mariana Chaud, Lola Arias, Agustina Gatto y Romina Paula entre otras.
Dramaturgia y dirección: Agustina Muñoz
Segunda dirección: Bárbara Hang
Asistencia: Laura Gamberg
Intérpretes: Cecilia Rainero, María Villar, Lucas Ferraro, Eduardo Iacono.
Instalación escenográfica: Manuel Ameztoy
Iluminación: Leo D´Aiuto
Vestuario: Flavia López Foco
Fotos: Guido Adler
Producción: Ioni Rogers
http://elcalordelcuerpo.blogspot.com/
A las 23 hs. en El camarín de las musas, Mario Bravo 960. Reservas 4862-0655, Entradas $20 - $15